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Supongo que a muchos os gusta leer al igual que a mi… Y ahora que se acerca el momento de tomarse unas merecidas vacaciones, algunos estaréis deseando zambulliros en una historia que os atrape, que os engulla hasta meteros de lleno en ella… ¡Sabia decisión!
Se que a veces da pereza descubrir por iniciativa propia una novela o libro que nos guste lo suficiente como para mantenernos pegados a sus páginas. No es tarea fácil, conlleva paciencia, la suficiente como para aprender a equivocarse, darle la oportunidad de expresarse, o saber cuándo cerrarlo a tiempo, pero sobre todo, tener un espíritu inquieto, curioso, aventurero e independiente… Justo eso fue lo que me hizo encontrarme con algunos de mis libros favoritos, que hoy quiero compartir con vosotros. Claro está que se trata de gustos personales, habrá muchos a los que os atraiga una determinada temática que no encaje en este apartado, o sencillamente que el estilo de los autores que os voy a citar no os guste. A fin de cuentas un libro, al igual que una película tiene que llenarte en el momento o etapa que estás viviendo. Da igual quién lo haya escrito o que haya recibido mas o menos alabanzas de la crítica. Sencillamente se trata de que alimente tu espíritu.
Una de mis tradicionales manías es la de no comenzar por el título mas conocido del autor. Aunque desde luego, no es una regla o premisa a seguir. Supongo que es una cuestión de rebeldía personal o una de esas cosas que hacemos porque nos gusta, como empezar a leer el periódico por la última página. Pero cabe la posibilidad de que si comenzáis con el supuesto mejor libro del autor, os perdáis cosas mucho mejores por el camino, e incluso, puede que desistáis de querer leer mas sobre él. Si yo hubiese empezado a leer a mi narrador favorito: William Somerset Maugham, por “La servidumbre humana”, descrita como su obra maestra, no habría tenido el gusto de conocer todas y cada una de sus novelas, cuentos y obras de teatro. Y estoy segura de que no hubiese seguido leyendo nada del autor. Pero en vez de eso, comencé a leer el primero de los tomos de sus obras completas. Ahí estaba «Liza of Lambeth», sus cuentos sobre el espía Asheden “El agente secreto”… y así hasta que llegué a “El filo de la navaja”, una de mis novelas favoritas, “The moon and sixpence”, traducida como «La luna y seis peniques» y también como «Soberbia», “La otra comedia” o “El velo pintado”, pasando por cuentos maravillosos como “Lluvia”. Pero sin duda, leer sus obras teatrales fue lo que me cautivó y lo que me salvó de la locura en una época de reclusión dedicada al estudio de las oposiciones. De sus obras teatrales, podría citar muchas, pero por mostrar algunas: “Lady Frederick”, “Ms Dot”, “Penélope”, “Smith”, “Gente Bien” o “La esposa constante”, “Hogar y belleza”… son algunas de ellas. Me hicieron reír y alentaron mi espíritu. Confieso que cuando llegué al «mamotreto» de la “Servidumbre Humana” lo tuve que abandonar por imposible… Nada que ver con todo lo demás. Quizás ahora sea capaz de terminarlo, nunca se sabe.
De Somerset Maugham solo puedo deciros que su estilo, poco elogiado en su día por la crítica y algunos escritores de la época, es perfecto para quien le guste este tipo de narración: directa, nada pedante, lúcida, cargada de originalidad a la hora de contar historias que describen la época en la que vivía y su sociedad, dotándolas de ese cinismo, de esa crítica mordaz y ese sentido del humor agudo e irónico tan característico del autor… Claro está que Somerset no era recargado, ni estaba dotado de ese lirismo de otros autores, pero alguien que tenía esa facilidad para narrar no necesitaba perderse en metáforas ni gárgolas.
Su obra completa está editada por Plaza y Janés, es una edición de tapas duras y papel fino, que tuve la gran suerte de poder disfrutar gracias a mi padre, pero existen ediciones más modernas de sus novelas y cuentos.
Otra de mis manías es no leer nada sobre la biografía del autor más allá del resumen de la contraportada. Y esto es algo que os resultará chocante, pero solo cuando quedo saciada investigo sobre su vida… En realidad, no me interesa conocer a quién voy a leer, sino lo que escribe, lo que cuenta, lo que transmite… Y si me atrapa, es cuando quiero conocer la vida que hay detrás del autor, de lo contrario, estoy segura de que habría dejado de conocer a grandes escritores. Gracias a eso, no me dejé influenciar por las opiniones sobre el terrible carácter de Somerset Maugham, aunque estoy segura de que no hubiesen sido capaces de disuadirme de leerlo, pues su vida fue tan rica como su obra: una infancia traumática, marcada por la muerte de su madre y de su padre, criado por un tío vicario, frío y distante, acomplejado por su escasa estatura y tartamudez, centro de las burlas de sus compañeros de colegio, creador de una coraza de sarcasmo y mas adelante crueldad con quienes le querían, estudiante de medicina, observador de la realidad del mundo, conductor de ambulancias en la Primera Guerra Mundial, espía del Gobierno Británico… Un compendio de lo mas rico y variopinto. Pero sobre todo el escritor mejor pagado durante los años treinta, que llegó a tener en los carteles de teatros londinenses cuatro obras a la vez y llegó hasta Hollywood donde se adaptaron varias de ellas. La revista Punch publicó en su día una graciosa caricatura de un Shakespeare mordiéndose las uñas porque llegó a tener tres obras en los escenarios de Londres.
Con Ernest Hemingway me pasó algo parecido. Aunque esta vez, quizás mas por ese afán mío de llevar la contraria, que me hizo empezar a leer “Paris era una fiesta”, novela escrita en primera persona por el autor, que narra sus años de juventud en Paris con su mujer, tras la primera guerra mundial. En ellos nos cuenta sus avatares para ganar dinero escribiendo para revistas extrajeras y sus inicios como novelista. También su relación de camaradería con otros escritores y artistas que vivían en París, como Scott Fidgerald o Ezra Pound y su pasajera amistad con la terrible Gertrude Stein que bautizó por motivos nada románticos a Hemingway y sus amigos como “La generación perdida”.
De ahí me fui a leer su colección de cuentos. Algunos de ellos maravillosos. Y me di cuenta que no necesitaba leer “El viejo y el mar” para coronar a Ernest Hemingway como uno de los mejores cuentistas de la historia, con perdón de Chejov.
En el caso de Scott Fidgerald, comencé leyendo “Suave es la noche” una novela basada en su relación de amor y desamor con su esposa Zelda, aquejada de una enfermedad mental y su lucha por salvarla. Maravillosa novela. Luego seguí leyendo «El Gran Gatsby», otra gran novela, y después “Hermosos y Malditos” o a “Este lado del paraíso”. De Scott se puede decir que su forma de escribir es tan de caótica y vibrante como su propia vida, cargada de fiestas, alcohol, excesos e incoherencias. Ninguno de sus personajes te hará pensar en algo profundo. Pues cada uno de ellos te muestra con claridad la superficialidad del ser humano y su debilidad. Pero todos ellos están cargados de vida, de movimiento…
Sus novelas suenan a jazz, huelen a humo, a alcohol, a sensualidad, al debate interno del ser humano entre vivir responsablemente o sencillamente vivir…
Truman Capote es otro de mis autores favoritos. No, no leí “A sangre fría”. No me apeteció hacerlo después de leer su colección de maravillosos cuentos. Capote es para mi junto con Hemingway, un gran creador de cuentos, de pequeñas historias… Y es uno de esos autores que te sorprende, por aquello que os decía al principio de no dejaros embaucar por lo que dicen o cuentan.
Poco después, descubrí por azar una novela inacabada que encontraron en su apartamento de Nueva York una vez muerto, llamada “Crucero de verano”. Puede que no sea su mejor obra, de hecho no lo es, pero desde luego no te deja impasible y lo que es más importante, no puedes dejar de leerla. Y por supuesto, leer e imaginar “Breakfast at Tiffany’s” no es comparable ni siquiera con mi querida Audrey Hepburn. No obstante, siempre es bueno dejarse un as en la manga y al igual que con el resto de escritores, saber que siempre te quedará algo por leer…
Y qué decir de Richard Ford… A parte de que me rindo ante su elegancia escribiendo, he de confesar que el primer libro que leí de él fue “Incendios”, después, «Historias de hombres y mujeres»… Y aún sigo leyéndolo. Quiero tomarme mi tiempo. De él me gusta ese distanciamiento de los autores americanos actuales, tan apegados a producir libros enormes, de infinidad de páginas, con historias enrevesadas y una multitud de personajes, que aparecen y desaparecen, historias que se entremezclan, convirtiendo a la novela en un terrible revoltijo de cosas, que no acaban de tomar forma y que quedan muy lejos de ser una historia coherente. Esa que te atrapa, que te envuelve, que se centra en su protagonista y unos pocos personajes, en sus dudas y preguntas sobre la vida, su entorno, sus circunstancias y lo que se forma a raíz de todo ello. Una historia que puede surgir de una relación familiar truncada, o del miedo, o de los celos… O sencillamente de la cotidianidad. Pues eso es lo que sabe hacer Richard Ford con una sencillez, sensibilidad y profundidad que te hace pensar, te inquieta y a veces desconcierta. Porque para Richard, al igual que para Hemingway, Truman Capote o Scott Fidgerald lo importante es la historia del protagonista y lo que siente.
De Dostovieski, me enamoré de “Noches Blancas” y de “Humillados y Ofendidos”. Hay quien dice que no escribía bien. Pero sin embargo, sus personajes cobran vida propia, el escritor se zambulle de lleno en su interior, en la psicología de cada uno de ellos, condicionados siempre por el entorno social de Rusia… En sus obras hay historias de amor desgarradoras, hay muerte, hay crueldad y traición, hay soledad y enfermedad, pero también existe un destello de esperanza ternura y romanticismo. Nunca leí a nadie que fuese capaz de otorgar a un personaje esa intensidad dramática. Y de Stendhal sin duda, ese realismo de sus narraciones, esas historias de amor imposibles, sus personajes y sus avatares para tener un lugar en la sociedad, enmarcados en la Francia e Italia del siglo diecinueve, que se traducen en obras universales, inmensas como: «Rojo y negro» y «La Cartuja de Parma».
Así podría seguir haciendo un repaso por mis escritores y obras favoritas. Pero me gustaría hacer una parada en un autor que acabo de conocer y no quiero dejar de hacerlo: se llama Mikel Santiago. Cambio así de registro y acabo con un golpe de efecto. Muchos ya habréis oído hablar de él y sino al tiempo. En este caso, sencillamente rompí los esquemas, dejé a un lado mis manías. E hice otra cosa que es más importante: seguí mi instinto. Su novela “La última noche en Tremore Beach” llegó a mí por casualidad. Se posó encima de la mesa de mi despacho por obra de una amiga que me dijo: léelo. Y lo hice. Ahora, después de haber leído “El mal camino” y “El extraño verano de Tom Harvey”, tengo muchas ganas de leer todas sus primeras novelas autoeditadas y las futuras que estén por llegar.
¿Qué puedo decir de este autor? Básicamente es una cuestión de química, leí una de sus novelas y me enganché. No solo me gusta como narra: de forma sencilla y ágil, sino también su gusto para escoger preciosos paisajes en los que enmarca sus historias y describe con una sensualidad, belleza y cercanía que hace que te apetezca fugarte y dejarlo todo. Sus protagonistas son “antihéroes” que te caen bien desde el principio, te enternecen y te alías con ellos para descubrir el misterio que se esconde detrás de cada historia… Si a ello le añadimos mucha buena música de fondo, creo que tenemos los ingredientes perfectos. Así que, queridos viajeros, espero que no solo viajéis mucho por tierra, mar o aire, sino que dejéis volar vuestra imaginación leyendo, durante estas vacaciones. Es bueno, muy bueno para el alma…
Patricia Bernardo Delgado.
2 comentarios
Genial Paty! eres única.
Muchas gracias querida hermana! No se si seré única pero sí que para ti lo soy! Y eso ya es mucho!